Comprendo por qué la gente está en la calle

   Cuando estuve en Manila tuve la oportunidad de visitar el barrio de Payatas con un misionero de Burgos, de 73 años, el padre Julio. Nos llevó a recorrer este barrio que es uno de los más pobres de toda la capital de Manila. 

   Fuimos recorriendo las calles, entrando en sus casas, habitación/casa, porque cada casa consta de una habitación solamente, donde hay varios colchones por el suelo, ropa amontonada, una montaña de ropa y objetos para reciclar o llevar a vender. Mientras entramos en las casas contemplo admirada como aún en medio de la miseria de las miserias existe la hospitalidad, que entremos en sus casas es para ellos una bendición. Cómo venía con nosotros el padre Julio, en realidad es como si Dios mismo los fuese a visitar. 



   Rezamos con ellos, nos cuentan cuántos hijos tienen y mientras tanto nuestras mentes empiezan a calibrar cuántas personas deben de dormir por colchón, porque las cifras de hijos son muy altas de hijos y los colchones son uno o dos. 

   A mí una niña me dice que suba con ella, pues su casa tiene otra parte arriba y yo subo. Tengo miedo de romper la precaria escalerilla de madera que cruje por mi peso, pero la niña me enseña orgullosa la parte de arriba. Tiene suerte de tener una habitación en alto, pues con la crecida del río normalmente las casas se inundad. Y allá arriba el calor es más intenso. Como el techo es de hojalata en las casas, parece que falta el aire y realmente es difícil creer que alguien pueda dormir con esas temperaturas sofocantes. Pero la niña sigue riendo mientras me enseña en un rincón que tiene pegado un póster con dibujos animados. Comprendo porque están todos en la calle. En la calle hace mucho calor, pero se está mejor que dentro de las casas. Se cocina fuera, con una bombona de gas y el baño en alguna casa había alguno, en otras no. 



   Van a unos servicios públicos que hemos visto al pasar, o los niños hacen pis en la calle. Entonces nos encontramos en una esquina con unos niños y estos niños están tejiendo unas pequeñas alfombrillas en unos pequeños telares y luego las venden. Vemos como sus dedos diminutos se mueven con una agilidad impresionante, entre los hilos del telar y en un santiamén, una alfombra y ya. Así que nosotros les compramos todas las que pudimos, el precio es insignificante y nuestra colaboración es muy pequeña, pero algo es algo. 

   Los niños trabajan mucho, pocos van a la escuela en realidad. El padre Julio está trabajando mucho por la escolarización de estos niños porque si no, bien lo sabe él, no podrán salir de esa situación de precariedad y miseria. Todas las ayudas que recibe, porque recibe muchas donaciones, van destinadas a conseguir alimentos, medicinas o para la escuela. 


   Con que pasión nos habla este hombre de su gente. Nos cuenta una historia tras otra, de familias que viven en precariedad total, y a las que ellos, los misioneros, intentan ayudar. Tiene también con él un grupo grande de voluntarios que trabajan día y noche: maestros, asistentes sociales, gente que se mueve buscando donaciones. ¡Es increíble la que tiene ahí montada! Y nos habla y nos habla de las innumerables enfermedades que tiene esa gente: enfermedad en la piel, muchos de ellos debido a la falta de higiene y todo tipo de enfermedades. Como les es muy difícil acceder al hospital, nosotros le escuchamos y le escuchamos. 

   Tú que me estás escuchando seguramente te preguntarás: ¿por qué me cuentas todo esto? ¿Y yo que puedo hacer por esta gente? Además también hay muchos pobres en mi país, no damos abasto, ya solo con algunos que hay aquí. Pues bueno, te lo cuento porque quiero que conozcas un poco más de cerca lo que viven cada día más de cerca miles de familias. En esta aldea global en la que todos nos encontramos y sabemos hasta el último detalle de lo que le ha pasado al tal cantante, actriz o futbolista. Quiero que por unos instantes te puedas acercar a lugares como éste, dónde no llegan las cámaras de televisión. 

   Porque estas noticias no tendrían ningún beneficio económico, no le atraen a nadie. Pero así como entramos en la vida privada de los famosos, nos las muestran sin ningún reparo, hoy te ofrezco poder asomarte a estos hogares empobrecidos y dejar que estas personas a las que yo he querido invitar hoy te hablen. ¿Qué te dirían? 

   Seguramente no te van a pedir nada, más bien te ofrecerán con una sonrisa algo de lo que tienen, o te invitarán a entrar en su casa, o a ver sus alfombrillas hechas en un telar. Pero te digo, que si tú sientes que dentro de ti se despierta el más mínimo deseo de hacer algo, no lo dejes apagar. ¡Hay tantas cosas que se pueden hacer! 

   Vivimos en un mundo totalmente desigual, pero yo creo que no basta con decir: ¡qué suerte he tenido de nacer yo en este país, en esta familia, menos mal! Creo que cada uno de nosotros deberíamos plantearnos muy seriamente si hay algo que podemos hacer. Podemos trabajar por atacar las consecuencias de la injusticia, trabajar por la solidaridad con los más pobres. Yo recuerdo la alegría que sentí cuando me animé a irme a un pueblo en la otra punta de España con los niños más pobres durante un verano. 

   ¡Hay tantas oportunidades de hacer algo por los demás! Pero si además de luchar contra las consecuencias, además quieres ir a la raíz de este mal, yo te digo que he visto a muchas personas compartir lo que tienen cuando han descubierto que Dios no solo es Padre, sino que es Padre nuestro, Padre de todos. 

   Por eso, yo he querido dedicar toda mi vida al anuncio del evangelio, porque el evangelio transforma los corazones más cerrados en corazones solidarios. Cuando una persona  conoce a Dios, soy testigo de eso, todo su entorno comienza a girar en torno a otras prioridades, otros sueños. Yo viendo  todas estas injusticias, confirmo cada día que vale la pena invertirse para anunciar el evangelio que transforma los corazones, y desde ahí transforma también las estructuras de injusticia. Sea lo que sea, te invito a mirar en tu interior y a dejar escapar de tu corazón ese deseo, ese anhelo profundo de hacer algo.





   ¡No lo dejes apagar! Porque seguramente que en ese sueño, quizás pequeño, en ese deseo, quizás mínimo de hacer algo por los demás, se encuentre también una felicidad escondida para ti. 

Lánzate no te arrepentirás. 
Verónica Alonso.

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